jueves, 6 de agosto de 2015

Museo del Oro de Bogotá Colombia: Historia dorada.

Por: Connie Hunter, Larevista, El Universo; Guayaquil, Ecuador.

Una mirada a este fascinante patrimonio arqueológico declarado Monumento Nacional y considerado como el más importante del mundo en su género. El edificio reúne miles de piezas pertenecientes a culturas que se asentaron en el actual territorio colombiano.


El sitio web www.20minutos.es ubicó al Museo del Oro de Bogotá entre los 20 museos más importantes del mundo. El público que vota en línea en dicha web lo pone hasta ahora en el tercer lugar, seguido del Museo del Prado en Madrid y el museo de Louvre en París.
Además, en el año 2012 fue uno de los 151 museos invitados por Google para integrar el Art Project, un proyecto cultural que pone el arte de todas las épocas al alcance del cibernauta a través del enlacehttp://www.googleartproject.com/es/collection/museo-del-oro-bogota/.


Pero a pesar de esta facilidad de recorrerlo virtualmente, la experiencia de observar cada objeto de forma presencial es indescriptible.
Todo empezó en 1939 con catorce piezas pequeñas de metal que el Banco de la República poseía desde inicios de la década. Sin embargo, la llegada de la pieza número 15, el poporo Quimbaya, un recipiente ceremonial que era usado por los antiguos para el mambeo de hojas de coca durante las ceremonias religiosas, fue lo que despertó el interés de la institución por preservar un patrimonio que había pasado de las tumbas de los antiguos habitantes de la actual Colombia a la exquisita selección de coleccionistas europeos y nacionales.

El Museo del Oro de Bogotá conserva en la actualidad aproximadamente treinta y cuatro mil piezas de 500 a 1.200 años a.C. Al principio, la pequeña muestra era exhibida en la sala de juntas del banco en una vitrina, pero entre 1944 y 1959 la colección creció y se convirtió en un museo privado al que tenían acceso únicamente dignatarios extranjeros, jefes de Estado, miembros de misiones comerciales, diplomáticos e invitados especiales del propio país. Pasó de tener piezas de procedencia Quimbaya y muisca a objetos de las llanuras del Caribe. De esta forma, la historia de la orfebrería nacional fue descubriéndose y se hizo evidente la necesidad de compartirla con el mundo. Fue así como abrió sus puertas al público veinticinco años después de su nacimiento.


El poporo, pieza maestra de orfebrería prehispánica que de acuerdo con los historiadores provino de la provincia de Antioquia, aún conserva el brillo cautivador que caracteriza a este metal. Pesa 777,7 gramos y mide 23,5 centímetros de alto, y en la actualidad está ahí, en el renovado edificio ubicado en el centro histórico de Bogotá, recibiendo y maravillando a los visitantes. Esta pieza que data de 301 años a.C. fue descrita por el sociólogo colombiano Efraín Sánchez Cabra en un documento del museo como “un objeto bello que levanta su bruñido vientre globular y su cuello coronado por cuatro cuerpos esféricos sobre una exquisita base de filigrana fundida, y parece flotar en un espacio propio. Quien lo contempla no puede menos que asombrarse, deleitarse y sentir admiración por sus artífices”.




El museo está lleno de máscaras, pectorales, narigueras, orejeras, collares, poporos, placas, caracoles, alfileres y un sinnúmero de objetos diminutos cuidadosamente organizados en hileras y distribuidos por su tamaño, utilidad y forma. Llama la atención el diseño simétrico, la complejidad de algunas piezas y la simplicidad de otras. Sin duda, esta experiencia es una inspiración para diseñadores de cualquier especialidad.
Los pequeños insectos dorados que fueron alguna vez confundidos con aviones u objetos voladores no identificados (OVNI) y que dieron pie a que le atribuyeran conexiones con seres extraterrestres, son aún buscados por los visitantes que han escuchado aquel rumor. Aún hay quien pregunta a algún guía por “los insecticos que parecen naves”.
Detalles como una gran puerta que aparenta ser una gigantesca caja fuerte recuerdan al visitante el tesoro en el que está inmerso. El plato fuerte a esta visita es sin duda la ofrenda. Se trata de un salón oscuro que se cierra en cuanto ingresa un grupo determinado de personas. En su pared curva y azul cuelgan piezas doradas que, al ritmo de sonidos y cánticos chamánicos, se iluminan con lunares de luz cálida. Quien lo ve tiene la experiencia de descubrir y redescubrir un tesoro, como el que seguramente hicieron los antiguos, los coleccionistas o los museógrafos.
En el centro del salón, una fosa se enciende al final, mostrando más oro, como el que hallaron en la laguna de Guatavita, el principal centro de ofrendas religiosas del territorio muisca.
Una museografía exquisitamente sencilla logra mantener el ojo atento a lo verdaderamente importante: las piezas. Y estas a su vez rescatan en sus formas y brillo el valor de su propia historia. El marco de respeto en el que se sumerge cada obra contagia al espectador, que queda soñando en cómo fueron estas tierras antes de los españoles.

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*Texto y fotografía Connie Hunter, Larevista, El Universo; Guayaquil, Ecuador.


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