Por: Connie Hunter, Larevista, El Universo; Guayaquil, Ecuador.
Una mirada a este fascinante
patrimonio arqueológico declarado Monumento Nacional y considerado como el más
importante del mundo en su género. El edificio reúne miles de piezas
pertenecientes a culturas que se asentaron en el actual territorio colombiano.
El sitio web www.20minutos.es ubicó al Museo del Oro de Bogotá entre
los 20 museos más importantes del mundo. El público que vota en línea en dicha
web lo pone hasta ahora en el tercer lugar, seguido del Museo del Prado en
Madrid y el museo de Louvre en París.
Además, en el año 2012 fue uno de los 151 museos invitados por
Google para integrar el Art Project, un proyecto cultural que pone el arte de
todas las épocas al alcance del cibernauta a través del enlacehttp://www.googleartproject.com/es/collection/museo-del-oro-bogota/.
Pero a pesar
de esta facilidad de recorrerlo virtualmente, la experiencia de observar cada
objeto de forma presencial es indescriptible.
Todo empezó
en 1939 con catorce piezas pequeñas de metal que el Banco de la República
poseía desde inicios de la década. Sin embargo, la llegada de la pieza número
15, el poporo Quimbaya, un recipiente ceremonial que era usado por los antiguos
para el mambeo de hojas de coca durante las ceremonias religiosas, fue lo que
despertó el interés de la institución por preservar un patrimonio que había
pasado de las tumbas de los antiguos habitantes de la actual Colombia a la
exquisita selección de coleccionistas europeos y nacionales.
El Museo del
Oro de Bogotá conserva en la actualidad aproximadamente treinta y cuatro mil
piezas de 500 a 1.200 años a.C. Al principio, la pequeña muestra era exhibida
en la sala de juntas del banco en una vitrina, pero entre 1944 y 1959 la
colección creció y se convirtió en un museo privado al que tenían acceso
únicamente dignatarios extranjeros, jefes de Estado, miembros de misiones
comerciales, diplomáticos e invitados especiales del propio país. Pasó de tener
piezas de procedencia Quimbaya y muisca a objetos de las llanuras del Caribe.
De esta forma, la historia de la orfebrería nacional fue descubriéndose y se
hizo evidente la necesidad de compartirla con el mundo. Fue así como abrió sus
puertas al público veinticinco años después de su nacimiento.
El poporo,
pieza maestra de orfebrería prehispánica que de acuerdo con los historiadores
provino de la provincia de Antioquia, aún conserva el brillo cautivador que
caracteriza a este metal. Pesa 777,7 gramos y mide 23,5 centímetros de alto, y
en la actualidad está ahí, en el renovado edificio ubicado en el centro
histórico de Bogotá, recibiendo y maravillando a los visitantes. Esta pieza que
data de 301 años a.C. fue descrita por el sociólogo colombiano Efraín Sánchez
Cabra en un documento del museo como “un objeto bello que levanta su bruñido
vientre globular y su cuello coronado por cuatro cuerpos esféricos sobre una
exquisita base de filigrana fundida, y parece flotar en un espacio propio. Quien
lo contempla no puede menos que asombrarse, deleitarse y sentir admiración por
sus artífices”.
El museo
está lleno de máscaras, pectorales, narigueras, orejeras, collares, poporos,
placas, caracoles, alfileres y un sinnúmero de objetos diminutos cuidadosamente
organizados en hileras y distribuidos por su tamaño, utilidad y forma. Llama la
atención el diseño simétrico, la complejidad de algunas piezas y la simplicidad
de otras. Sin duda, esta experiencia es una inspiración para diseñadores de
cualquier especialidad.
Los pequeños
insectos dorados que fueron alguna vez confundidos con aviones u objetos
voladores no identificados (OVNI) y que dieron pie a que le atribuyeran
conexiones con seres extraterrestres, son aún buscados por los visitantes que
han escuchado aquel rumor. Aún hay quien pregunta a algún guía por “los
insecticos que parecen naves”.
Detalles
como una gran puerta que aparenta ser una gigantesca caja fuerte recuerdan al
visitante el tesoro en el que está inmerso. El plato fuerte a esta visita es sin
duda la ofrenda. Se trata de un salón oscuro que se cierra en cuanto ingresa un
grupo determinado de personas. En su pared curva y azul cuelgan piezas doradas
que, al ritmo de sonidos y cánticos chamánicos, se iluminan con lunares de luz
cálida. Quien lo ve tiene la experiencia de descubrir y redescubrir un tesoro,
como el que seguramente hicieron los antiguos, los coleccionistas o los
museógrafos.
En el centro
del salón, una fosa se enciende al final, mostrando más oro, como el que
hallaron en la laguna de Guatavita, el principal centro de ofrendas religiosas
del territorio muisca.
Una
museografía exquisitamente sencilla logra mantener el ojo atento a lo
verdaderamente importante: las piezas. Y estas a su vez rescatan en sus formas
y brillo el valor de su propia historia. El marco de respeto en el que se
sumerge cada obra contagia al espectador, que queda soñando en cómo fueron
estas tierras antes de los españoles.
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*Texto y fotografía Connie Hunter, Larevista, El Universo; Guayaquil, Ecuador.
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